miércoles, 10 de noviembre de 2010

9 de noviembre de 1915


Tacubaya, noviembre 9 – 1915

Mi vida alienta esperanza
por mi Dios y por mi Dama.


¡¡Amparito!!

Con la carta de usted ante mi vista y con su inseparable recuerdo en mi memoria, doy comienzo a estas letras que consignarán, de imperecedero modo, el estado actual de mi alma, así como las fugitivas y tiernas imágenes que ante mí se presentan, ya como vaporosas ilusiones que se esfuman en una aurora de inenarrables luces y matices, ya como seductoras perspectivas de florida y risueño conjunto, pero que, de cualquier modo, dibujan en las lontananzas de un porvenir no lejano, todo el mágico encanto y la adorable belleza que su amor y cariño, respondiendo al mío, me permiten esperar.

Dentro del espantoso vendaval, en efecto, que nos azota, confunde y aniquila, esparciendo en derredor nuestro el dolor, la desolación y la muerte; cuando, con implacable tarea, el destino oscuro sólo parece tener empeño en cavar la tumba de los más puros, nobles y sacrosantos ideales; cuando todas son desgajadas las ilusiones del alma y despedazados los entusiasmos, aniquiladas las alegrías y tornados en pesares los anhelos más justificados; cuando todo vacila y se estremece de horror ante el exterminio y la perfidia humana, he aquí que, de pronto, de providencial manera, surge Usted en mi camino como un brillantísimo faro de amor, de esperanza y de consuelo, elevándose inamovible y encantadora sobre el firme pedestal de la virtud, tendiéndome una mano y con  la otra señalando al cielo, haciéndome concebir mejores días y viniendo a llenar el inmenso vacío de una alma dolorosamente triste e infinitamente decepcionada de los hombres.

Usted, Amparito, cumple, para mí, la encantadora misión de embellecer mi existencia; y esto no es elogio porque lo consigue sin la previa intervención de su voluntad, sino por ser lo que es y realizar con ello el tipo perfecto de mujer que, pura compañera eterna, de mi vida, había concebido en mis ensueños.

Hábleme Usted también de sus ilusiones, cuénteme sin temor alguno lo que Usted imagina (que) puede ser el porvenir para dos corazones que laten al unísono, ardientemente apasionados el uno del otro, para dos almas que confunden en uno solo sus ideales; para dos existencias que se entregan sin reserva para labrar su común felicidad, para dos espíritus, en fin, que, unidos por indisolubles lazos en la Tierra, de Dios esperan y en Él confían consumar unidos en el Cielo, que es el sitio reservado a los buenos.

Así debe Usted hablarme, así quiero que me hable, Amparito, la dueña de mi corazón.

José Luis

CONTEXTO. La Convención de Aguascalientes, concluida en noviembre de 1914, no resolvió las diferencias entre las facciones revolucionarias. La División del Norte y el Ejército Libertador del Sur entran a la Ciudad de México el 6 de diciembre de ese mismo año. Carranza había dejado la capital. La entrada es pacífica, y más que generar temor provoca lástima.  "(...) pedazos de un pueblo destrozado por siglos de esclavo, consumido por hambre secular, desnutrido por herencias acumuladas" (Juan Bustillo Oro, citado por Guadalupe Lozada). Para colmo, 1915 se vuelve un año de más hambre: acaparamiento de productos, escasez de mercancías, billetes sin valor, falta de servicios públicos, desempleo. 





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